02 June 2008

Prom night

Me encantan las fiestas grandes y elegantes. Son TAN prefabricadas; son divertidísimas, y te toca ver a todo mundo vestido como nunca, feliz y sincera o hipócritamente sonriente. Me encantan porque también ves ebrias a personas que no se supone que en la vida normal debes ver ebrias, la gente hace cosas raras, y las elegantes personas bailan todas las canciones que no son en absoluto elegantes y que son indispensables en las fiestas.

Si, me encanta todo el protocolo festejador. Me fascina ver como todos los simbolismos se respetan al pie de la letra, me causa una especie de morbo ver que pasaría si simplemente decidiera brincarme todo, pero luego veo que no tiene ningún sentido hacerlo, para qué, ni que yo fuera a acabar con los formalismos, con todo lo que se debe hacer. Hay que comprar un vestido y unos zapatos, hay que ir a sentarse horas con una mujer que se enreda los dedos con tu cabello, al graduado hay que regalarle flores, hacerle el día, y ponerle a las flores una notita que deje en claro quién las mandó y porqué, para ahorrarse explicaciones, hay que bailar el valse, hay que agitar las servilletas, hay que aplaudirle a los graduados, hay que ver que las chicas de la banda bailan ridículamente sincronizadas, hay que aperrar un centro de mesa, hay que comer comida que en teoría debería ser buenísima, y que más bien tiende a ser medianamente mala, hay que bailar todas las canciones de las que generalmente te quejas siempre, hay que aceptar globos, simi-pompones, antifaces y coronitas que te dan los animadores (además se ha creado un protocolario concepto que deja en claro la labor que deben desempeñar) y hacer cosas ridículas con ellas, como usarlas para bailar o adornarte, hay que en algún punto aventar los zapatos y bailar descalzo, hay que brincar, despeinarse el pelo con el que una mujer se enredó los dedos por horas, hay que sudar dentro de un vestido carísimo, hay que tomarse un millón de fotos, y hay que exagerar sobre la cantidad, hay que dar muchos abrazos, y sonreirle a todo mundo. Vaya, hay que estar contento.


Después hay que llegar a casa arrastrando los pies, cargando un centro de mesa que no servirá para nada, hay que lavarse la cara y dormir para poder amanecer al día siguiente como si un trailer te hubiera pasado por encima. ¡Ay! Hay que quejarse de todo al día siguiente, de la música, de la gente, de los vestidos y los zapatos, de la comida y del protocolo.

Hay que al final (aunque ésto sí es opcional) sonreírte solo y pensar: "Sí, yo me la pasé increíble", aunque todo sea perfectamente creíble, conforme a lo estipulado.

2 comments:

finísima persona said...

se te olvidó la parte en donde la gente sacude las servilletas cuando llegan los meseros.

bueno, sí la pusiste pero quería mencionarla porque es de las partes más ridículas (me cago de la risa, pero lo hago)del protocoloario evento (cualquier evento de salón, pues)

sabes que esas freses a mi me cagan, pero ni pedo, en algún momento iré a tu boda y me reiré mientras sacudo mi servilleta.

pd: espero la comida no sea mala

FilthDirt said...

Jajaja, que bueno saberlo, corazón... Recuérdamelo como dentro de unos 10 años, para que no se me olvide, que tienes que estar en mi boda.