23 November 2009

El señor II


Volví la semana pasada al McDonald's donde encontraba siempre al señor sentado justo entre la zona de niños y la de grandes, pero tenía tanta hambre, tanto fastidio, que ni siquiera tuve la preocupación de voltear a ver a su mesa sino hasta que ya había ordenado mi comida.

Con la charola en las manos, mientras llenaba un vasito de salsa de jalapeño y otro de catsup me acordé de él, me sonreí. Al encontrarlo con la mirada me regresó una sonrisa casi igual a la mía; o más bien no me regresó nada, se sonrió solito igual que yo, que circunstancialmente me le atravesé a su recuerdo. Quizá se hacía historias mías igual que yo había escrito ya la historia de él, sólo por verlo ahí sentado: ¿quién sería esa mujersota que viene sola a comer y se me queda viendo?, no cabe ni en las mesas. ¿A qué se dedica que parece que no le ha dado el sol en años?, Bronceada se vería menos ojerosa ¿Y esos lentes? ¿Y ese aire de superioridad?. Pensaría que soy una solitaria que vive cerca de ahí, suficientemente perezosa para no cocinar y llegar caminando por hamburguesas, y pensando eso no estaría tan lejos de la realidad.

Se rascó el cuello como para demostrar físicamente que estaba pensando en la siguiente palabra de su crucigrama, y me miró con pertenencia, como se mira lo cotidiano, con la familiaridad con la que vemos nuestra propia almohada, nuestro escritorio en la oficina, el programa de la tele que vemos siempre. Me quedó claro entonces que yo ya era parte de sus historias, aunque el truco en ésto es que no se puede comprobar. Ni debe intentarse. Las historias que la gente se hace de uno son sus historias. Son ellos. Nada importa que nos incluyan o que un día de repente decidan borrarnos y no tener ya más historia; finalmente nosotros somos también las historias que nos contamos. De ellos y de nosotros mismos.

Me terminé las papas, agarré mi refresco grandote y vacié la charola en el bote de basura. Caminando de regreso me acordé del señor y me sonreí.

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