29 April 2009

Papelito

Un pequeñuelo cuento

Después de años caminando por las mismas calles de adoquín cada mañana había aprendido a estimar todo: las colillas tiradas, los chicles a los que todos los zapatos les habían ya pasado por encima y a los indigentes con sus rutinas, tics y pestes: el que maniáticamente se llevaba el cepillo de dientes a la boca, sin dientes; el que tiraba golpes involuntarios a la gente que pasaba junto a él, la señora que insultaba sin distinciones a personas, cosas y microorganismos y a la que escribía sin parar en una libreta, sin ver la pluma ni el papel, como si estuviera justo en el medio de un éxtasis religioso.

"Patrañas que ha de escribir", pensaba sonriendo poquito, en pequeño, mientras la veía mover la mano mecánicamente con un boligrafo de tinta rosa del que todas las letras salían del mismo tamaño y alineadas aún sin que ella se dignara mirar de reojo la libreta en la que escribía tanto.

Nunca alcanzó a leer ninguno de los textos de aquella mujer, y a pesar de que los descalificaba, se le podrían en las entrañas las ganas de saber lo que decían. Por ninguna razón más que porque se le podrían en las entrañas también las ganas de escribir algo que se le atoraba entre el esófago y la tráquea pero no sabía cómo. Algunas mañanas mientras pasaba caminando junto a ella se esforzaba por encontrar con la mirada alguna hoja suelta que hubiera perdido, pero de alguien tan maniático como aquella indigente resultaba iluso esperar una distracción así.


Ella me platicó un día que era, más o menos, lo que no podía escribir. Hizo gestos grandes con las manos y sonrió cuando lo dijo, se le pusieron los cachetes rojitos cuando me contó de la indigente que escribía, y me hizo prometer que no contaría nada.

Y bueno... realmente no lo estoy haciendo.

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