22 June 2009

Senectud

Alguna vez me paré un jueves en la tarde en el kiosko del Centro Histórico aquí, a bailar danzón (porque amo el danzón) con un viejito que me pidió que me casara con él, y es que tengo imán.

Tengo imán para los freaks y los viejillos raboverdes...

Recién vino acá un gran viejillo del arte a hablar poco comprensiblemente en público y a cobrar por eso y totalmente me amó, sólo por preguntarle si quería agua mineral o café y por picarle con mi dedito santo a las flechas en la computadora para cambiar las diapositivas de su presentación. Así de absolutamente arrolladora soy.

Me regaló tres de sus libros y me los dedicó todos (uno, de hecho, me lo dedicó doblemente), me invitó un café. Me hizo ir a la Feria del Libro a que me chutara de nuevo sus palabras incomprensibles a cambio de una firma en unos papeles que tenía que entregar y todavía fue y compró uno de sus propios libros ahí, para regalármelo. Cosita.

Yo mientras tanto, bloqueaba todo lo que sucedía, buscando caritas en los accesorios cromados, adentro de un baño.



Meh


Uh!

Blargh...


Tui!


El gran problema de los rucos raboverdes es que, pues qué quieren, dan mucho asco. El gran problema de los libros que los rucos raboverdes te regalan es que leerlos hace que te des asco tú mismo. Es un problema mucho mayor si los libros de hecho son buenos.


Bonus que nomásnahquever: El cactus más triste del mundo

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