13 September 2010

New Orleans

Me gustan las ciudades viejas. Pero también me gusta la música vieja, la ropa vieja, la pintura vieja, las viejas ilustraciones, los libros con olor y textura avejentados, las mezclas de cosas que se dejan cocinar por unos cuantos cientos de años, y una vez me dijeron "Tu eres un alma muy vieja". Supongo que se capta la idea. Supongo que no tengo que explicar las razones por las que New Orleans me gustó mucho más que Houston.

12 September 2010

Houston

Es cierto que los viajes nos enriquecen. Aún más cierto es que decirlo parece para muchos ridículo y pretencioso; no para mí, quizá porque soy suficientemente ridícula, no me importa nada. Y aún convencida de ello, se me ocurrió que a lo mejor los viajes son innecesarios, que sólo sirven para echar de menos tantas cosas, sentirse sólo y perdido y extrañar a todos de rebote, incluyendo en el camino hasta al taquero de la esquina. Para exacerbarse como poblador de una morusa del planeta que no interesa a nadie; que la amplitud de los horizontes y el redimensionamiento de la vida cotidiana son cosas que sólo tienen cabida en la mente del que viaja y nadie más.

¿Para qué viajar entonces?

Porque al final, sentirse parte de un lugar, y entenderlo y quererlo es lo que hace que lo extrañemos, porque somos personas y necesitamos saber que si no estamos alguien nos extrañará, que si volvemos a alguien le dará gusto. Tan simple como que una de las mejores sensaciones en la vida es que alguien te reciba con una sonrisa y te pregunte cómo estuvo todo, si la pasaste bien, y que sea totalmente evidente en su cara que se alegra de tenerte de regreso. Porque no se puede no ser de ningún lado. Porque no se ancla el corazón en los lugares, sino en las personas. Y porque la comida mexicana se extraña demasiado, chingao.

Quizá lo realmente innecesario es hacer crónicas de viaje.

Pero tampoco me importa mucho.
Aquí va la mía en imágenes.